lunes, 5 de diciembre de 2011

Cuando te das la vuelta, pienso en que quizás no vas a volver. El suelo retumba más por cada paso que das. El viento se vuelve más frío y las nubes van creando una atmósfera de soledad. Mis labios comienzan a echar de menos tu calor y se empiezan a quebrantar. Mis pies comienzan a paralizarse. No me quiero ir. Quiero que te des la vuelta, me mires y pronuncies mi nombre. No lo haces. ¿Me rindo? No. Cada vez estás más lejos y mi corazón se está congelando.Comienzo a gritar que te quiero, pero tus oídos parecen no querer escuchar palabras de mi boca. Me pongo mis cascos. Subo el volumen de la música para intentar que mi mente deje de pensar en ti. Me doy la vuelta. Comienza a llover. Tormenta. Sollozos. Lágrimas. Cada paso que doy es un signo más de arrepentimiento. El color morado de mis uñas hace juego con mis labios desde que te has ido. Nunca me ha gustado llevar paraguas. En esos momentos me da igual mojarme, mis lágrimas se mimetizan. De repente, siento que alguien corre detrás de mí. Por un momento pensé que eras tu. Una vez más, la ilusión había ganado a la razón. Definitivamente, no vas a volver. Mi corazón deja de latir, la música se para y el mundo deja de girar. La gravedad deja de cumplir su función. Mi mente empieza a flotar, todos mis sentimientos comienzan a desvanecerse, veo cómo se alejan cada vez más de mi. Me siento como canción sin letra, como una hoja en blanco, como una película sin diálogo. El silencio a veces es la mejor respuesta.

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